domingo, 6 de noviembre de 2016

Dolores del pasado

Cruzando la cordillera

A principio del 1900 Baldomero y Pabla decidieron cruzar la cordillera, eran una pareja joven que quería comenzar en un lugar distinto su nueva vida. Pabla tenía dos hijas anteriores a este compromiso Ángela y Margarita. Cuando llegaron a Chile se establecieron en un pequeño pueblito, ubicado en un valle del norte chico, atravesado por un río, lleno de sauces y rodeado de montañas, llegaron a la casa familiar, una casa de adobe, atravesada por unos postes gigantes que le daban fortaleza y la seguridad a sus moradores de que ningún temblor la pondría en el suelo, tres habitaciones grandes y fuera de ellas, la cocina, dentro de un rancho, hecho de chilcas puestas encima de unas pircas, el terreno completo comprendía varias hectáreas cercadas por quiscos, copaos y pircas, caminando por el centro del terreno entre higueras, damascos, plantaciones de trigo, papas, duraznos, saliendo por una portezuela hecha de remiendos de tablas, se llegaba al río, este lugar por siglos había pertenecido a la familia. Aquí se habían criado distintas generaciones y la tierra los había alimentado a todos. Existían varias leyendas sobre esta casa, que estaba embrujada, que guardaba tesoros y el diablo los cuidaba, que habían muerto personas en ella, nadie podía asegurar o desmentir algo, porque su existencia databa de hace muchísimos años atrás.
El 06 de enero de 1909 fue el día más feliz para Baldomero, ese día nació quien sería su primera y única hija, Leonor, una niña noble desde el día de su nacimiento. Baldomero le dio todo lo que pudo y a muy pesar suyo no le pudo dar su apellido, porque Pabla queriendo que todas sus hijas fueran iguales, no dejó que la reconociera, ya en ese entonces se veía que en esta familia las mujeres, tenían voz y decisión. Leonor creció bajo la protección de su padre y su tío, un millonario que vivió como indigente, pero que nunca dejó que le faltara nada y heredó la casa familiar a la menor de las tres hermanas. Margarita, nunca aceptó no haber heredado nada aún sabiendo que no era hija de Baldomero, ni sobrina del millonario excéntrico.


Leonor

Leonor nunca fue a la escuela al igual que sus hermanas, aprendió las cosas básicas de como llevar una casa, a los veinte años fue cortejada a escondidas de sus padres por uno de los hombres adinerados del pueblo que la dejó embarazada de su hijo mayor Andrés, del que nunca se hizo cargo, pero si le dijo al niño que le dijera papá, aunque nunca lo reconoció legalmente, ni lo ayudó en nada. Cuando el niño tenía dos años tuvo otra hija, la crió como suya, pero legalmente estaba inscrita como hija de su hermana Ángela, hasta el día de hoy nadie sabe si biológicamente fue su hija, pero Leonor fue quien trabajo la tierra, lavó ajeno, hizo chicha, pisco, para darle de comer a sus dos hijos y a varios niños más que la gente iba a dejar a su casa, abandonados, ella los recibía sin objetar, era conocida como una mujer noble y respetable aún siendo madre soltera.
Los días para Leonor transcurrían sin novedad, regando el campo, lavando en el río, preparando sus licores, una mujer sencilla, bien formada, 1,60 de altura, tez blanca, cabello azabache siempre recogido, labios formados y con energía y resuelta en sus acciones, le hacían una mujer atractiva, para cualquier varón que la conociera, rechazó a muchos que la pretendieron, nadie conocía sus sueños, su tranquilidad nunca fue trastocada, al menos eso pensaba la gente que la conocía.
Una tarde mientras realizaba sus quehaceres se sintió observada, su corazón se aceleró, miró para todos lados y no vio a nadie, cuando su corazón estaba volviendo a la calma sintió que la tomaron por detrás, lucho con todas sus fuerzas, grito, pero nadie la oyó, suplicó que la dejara, pero el hombre que la había agarrado estaba hecho un animal, sólo buscaba penetrarla, sus piernas se cruzaron y apretaron tanto como pudo, fue golpeada y arrojada al suelo, pero ella, aunque se veía frágil era una mujer fuerte, por más que luchó, sus fuerzas decayeron, ningún movimiento, ningún respiro, mientras era embestida por esa bestia, sólo apretó sus ojos con las pocas fuerzas que le quedaban, para que ninguna lágrima cayera, no le regalaría ninguna como trofeo a ese desgraciado, fue penetrada con tal brusquedad que su vagina se desgarró, pero ese dolor no era nada comparado con el dolor que se clavaría para siempre en su alma, ese dolor que marchitó sus ojos para siempre y el de casi todas sus próximas descendientes. La pena y la rabia consumieron su alma, pero siguió adelante por sus dos hijos, calló lo sucedido y en silencio cada noche lloraba su desgracia, con el pasar de los meses se fue dando cuenta que su vientre se empezaba a abultar, de esta acción desgraciada nacería un niño y Leonor tan noble desde su nacimiento decidió tenerlo, el niño nació y a pesar de su pena, ella lo amaba, aunque cada vez que miraba su rostro recuerda a aquel hombre que logró llegar a su alma, pero para dejarle una marca con un sabor amargo que nada podrá borrar...

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